Don Quijote de la Mancha ha sido unánimemente definido como
la obra cumbre de la literatura universal y una de las máximas
creaciones
del ingenio humano. Considerado asimismo el arranque de la novela
moderna y concebido inicialmente por Cervantes como una parodia de los
libros de caballerías,
el Quijote es un libro externamente cómico e íntimamente
triste, un retrato de unos ideales admirables burlescamente enfrentados
a la mísera realidad; no son pocos los paralelos que se han querido
establecer con la España imperial de los Austrias, potencia hegemónica
destinada a gobernar el mundo en el siglo XVI y a derrumbarse en el
XVII, y con la vida de su autor, gloriosamente herido en el triunfo de
Lepanto y abocado
luego a toda suerte de desdichas.
Miguel de Cervantes (retrato imaginario de Eduardo Balaca)
A diferencia de la de su contemporáneo Lope de Vega, quien conoció
desde joven el éxito como comediógrafo y poeta y también
como seductor, la vida de Cervantes fue ciertamente una ininterrumpida
serie de pequeños fracasos domésticos y profesionales, en la que no
faltó ni el cautiverio, ni la injusta cárcel, ni la afrenta pública. No
sólo no contaba con rentas, sino que le costaba atraerse
los favores de mecenas o protectores; a ello se sumó una particular mala
fortuna que lo persiguió durante toda su vida. Sólo en sus últimos
años, tras el éxito de las dos partes del Quijote, conoció cierta tranquilidad y pudo gozar del reconocimiento hacia su obra,
aunque sin llegar nunca a superar las penurias económicas.
Biografía
Cuarto de los siete hijos del matrimonio de Rodrigo de Cervantes
Saavedra y Leonor de Cortinas, Miguel de Cervantes Saavedra nació en
Alcalá (dinámica
sede de la segunda universidad española, fundada en 1508 por el cardenal
Francisco Jiménez de Cisneros) entre el 29 de septiembre (día
de San Miguel) y el 9 de octubre de 1547, fecha en que fue bautizado en
la parroquia de Santa María la Mayor.
La familia de su padre conocía la prosperidad, pero su abuelo Juan,
graduado en leyes por Salamanca y juez de la Santa Inquisición, abandonó
el
hogar y comenzó una errática y disipada vida, dejando a su mujer y al
resto de sus hijos en la indigencia, por lo que el padre de Cervantes
se vio obligado a ejercer su oficio de cirujano barbero, lo cual
convirtió la infancia del pequeño Miguel en una incansable peregrinación
por las más populosas ciudades castellanas. Por parte materna, Cervantes
tenía un abuelo magistrado que llegó a ser efímero
propietario de tierras en Castilla. Estos pocos datos acerca de las
profesiones de los ascendientes de Cervantes fueron la base de la teoría
de
Américo Castro sobre el origen converso (judíos obligados a convertirse
en cristianos desde 1495) de ambos progenitores del escritor.
El destino de Miguel parecía prefigurarse en parte en el de su padre,
quien, acosado por las deudas, abandonó Alcalá para buscar
nuevos horizontes en el próspero Valladolid, pero sufrió siete meses de
cárcel por impagos en 1552, y se asentó en Córdoba
en 1553. Dos años más tarde, en esa ciudad, Miguel ingresó en el
flamante colegio de los jesuitas. Aunque no fuera persona de gran
cultura, Rodrigo se preocupaba por la educación de sus hijos; el futuro
escritor fue un lector precocísimo y sus dos hermanas sabían
leer, cosa muy poco usual en la época, aun en las clases altas. Por lo
demás, la situación de la familia era precaria.
Supuesto retrato de Miguel de Cervantes atribuido al poeta y pintor Juan de Jáuregui
En 1556 Leonor vendió el único sirviente que le quedaba y partieron
hacia Sevilla con el fin de mejorar económicamente, pues esta
ciudad era la puerta de España a las riquezas de las Indias y la tercera
ciudad de Europa (tras París y Nápoles) en la segunda mitad
del siglo XVI. A los diecisiete años, Miguel era un adolescente tímido y
tartamudo, que asistía a clase al colegio de los jesuitas
y se distraía como asiduo espectador de las representaciones del popular
Lope de Rueda,
como recordaría
luego, en 1615, en el prólogo a la edición de sus propias comedias: «Me
acordaba de haber visto representar al gran Lope de Rueda,
varón insigne
en la representación y del entendimiento».
En 1551 la hasta entonces pequeña y tranquila villa de Madrid había
sido convertida en capital por Felipe II, por lo que en los años
siguientes la ciudad quintuplicaría su tamaño y población; llevados
nuevamente por el afán de prosperar, los Cervantes se trasladaron
en 1566 a la nueva capital. No se sabe con certeza que Cervantes hubiera
asistido a la universidad, a pesar de que en sus obras mostró
familiaridad
con los usos y costumbres estudiantiles; en cambio, su nombre aparece en
1568 como autor de cuatro composiciones en una antología de poemas en
alabanza
de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, fallecida ese mismo
año. El editor del libro, el humanista Juan López de Hoyos (probable
introductor de Cervantes a la lectura de Virgilio, Horacio, Séneca y
Catulo y, sobre todo, a la del humanista
Erasmo
de Rotterdam)
se refiere a Cervantes como «nuestro caro y amado alumno». Otros
aventuran, sin embargo, que en el círculo o escuela de Hoyos, Cervantes
había sido profesor y no discípulo.
Soldado de Lepanto
En el año de 1569 un tal Miguel de Cervantes fue condenado en Madrid a
arresto y amputación de la mano derecha por herir a un tal Antonio
de Segura. La pena, corriente, se aplicaba a quien se atreviera a hacer
uso de armas en las proximidades de la residencia real. No se sabe si
Cervantes
salió de España ese mismo año huyendo de esta sanción, pero lo cierto es
que en diciembre de 1569 se encontraba en los dominios
españoles en Italia, provisto de un certificado de cristiano viejo (sin
ascendientes judíos o moros), y meses después era soldado
en la compañía de Diego de Urbina.
Pero la gran expectativa bélica estaba puesta en la campaña contra el
turco, en la que el Imperio español cifraba la continuidad
de su dominio y hegemonía en el Mediterráneo. Diez años antes, España
había perdido en Trípoli cuarenta y dos
barcos y ocho mil hombres. En 1571 Venecia y Roma formaban, con España,
la Santa Alianza, y el 7 de octubre, comandadas por el hermanastro
bastardo
del rey de España,
Juan de Austria, las huestes españolas vencieron a los turcos en la
batalla de Lepanto. Fue la gloria inmediata, una gloria que marcó a Cervantes, el cual relataría muchos años después, en la
primera parte del
Quijote,
las circunstancias de la lucha. En su transcurso recibió el escritor
tres heridas, una de las cuales, si se acepta esta hipótesis, inutilizó
para
siempre su mano izquierda y le valió el apelativo de «el manco de
Lepanto» como timbre de gloria.
La batalla de Lepanto
Junto a su hermano menor, Rodrigo, Cervantes entró en batalla
nuevamente en Corfú, también al mando de Juan de Austria. En 1573
y 1574 se encontraba en Sicilia y en Nápoles, donde mantuvo relaciones
amorosas con una joven a quien llamó «Silena» en sus poemas
y de la que tuvo un hijo, Promontorio. Es posible que pasara por Génova a
las órdenes de Lope de Figueroa, puesto que la ciudad ligur aparece
descrita en su novela ejemplar El licenciado Vidriera, y finalmente se dirigiera a Roma, donde frecuentó la casa del cardenal Acquaviva
(a quien dedicaría La Galatea), conocido suyo tal vez desde Madrid, y por cuya cuenta habría cumplido algunas misiones y encargos.
Fue ésta la época en que Cervantes se propuso conseguir una situación social y económica más elevada dentro de la
milicia mediante su promoción al grado de capitán, para lo cual obtuvo dos cartas de recomendación ante
Felipe
II, firmadas
por Juan de Austria y por el virrey de Nápoles, en las que se
certificaba su valiente actuación en la batalla de Lepanto. Con esta
intención,
Rodrigo y Miguel de Cervantes se embarcaron en la goleta Sol, que partió
de Nápoles el 20 de septiembre de 1575, y lo que debía ser
un expedito regreso a la patria se convirtió en el principio de una
infortunada y larga peripecia.
El cautiverio en Argel
A poco de zarpar, la goleta se extravió tras una tormenta que la
separó del resto de la flotilla y fue abordada, a la altura de Marsella,
por tres corsarios berberiscos al mando de un albanés renegado de nombre
Arnaute Mamí. Tras encarnizado combate y la consiguiente muerte
del capitán cristiano, los hermanos cayeron prisioneros. Las cartas de
recomendación salvaron la vida a Cervantes, pero serían, a
la vez, la causa de lo prolongado de su cautiverio: Mamí, convencido de
hallarse ante una persona principal y de recursos, lo convirtió en
su esclavo y lo mantuvo apartado del habitual canje de prisioneros y del
tráfico de cautivos corriente entre turcos y cristianos. Esta
circunstancia
y su mano lisiada lo eximieron de ir a las galeras.
Cervantes, prisionero del rey Hassán (grabado de Eusebio Planas)
Argel era en aquel momento uno de los centros de comercio más ricos
del Mediterráneo. En él muchos cristianos pasaban de la esclavitud
a la riqueza renunciando a su fe. El tráfico de personas era intenso,
pero la familia de Cervantes estaba bien lejos de poder reunir la
cantidad
necesaria siquiera para el rescate de uno de los hermanos. Cervantes
protagonizó, durante su prisión, cuatro intentos de fuga. El primero
fue una tentativa frustrada de llegar por tierra a Orán, que era el
punto más cercano de la dominación española.
El segundo, al año de aquél, coincidió con los preparativos de la
liberación de su hermano. En efecto, Andrea y Magdalena,
las dos hermanas de Cervantes, mantuvieron un pleito con un madrileño
rico llamado Alonso Pacheco Pastor, durante el cual demostraron que
debido
al matrimonio de éste sus ingresos como barraganas se verían mermados,
y, según costumbre, obtuvieron dotes que fueron destinadas
al rescate de Rodrigo, quien saldría de Argel el 24 de agosto de 1577.
Los hermanos pudieron despedirse pese a haber fracasado el segundo
intento
de fuga de Miguel, que se salvó de la ejecución gracias a que su dueño
lo consideraba un «hombre principal».
El tercer intento fue mucho más dramático en sus consecuencias:
Cervantes contrató un mensajero que debía llevar una carta
al gobernador español de Orán. Interceptado, el mensajero fue condenado a
muerte y empalado, mientras que al escritor se le suspendieron
los dos mil azotes a los que se le había condenado y que equivalían a la
muerte. Una vez más, la presunción de riqueza le permitió conservar
la vida y alargó su cautiverio. Esto sucedía a principios de 1578.
Finalmente, un año y medio más tarde, Cervantes planeó una fuga en
compañía de un renegado de Granada, el licenciado
Girón. Delatados por un tal Blanco de Paz, Cervantes fue encadenado y
encerrado durante cinco meses en la prisión de moros convictos de Argel.
Tuvo un nuevo dueño, el rey Hassán, que pidió seiscientos ducados por su
rescate. Cervantes estaba aterrado: temía un traslado
a Constantinopla. Mientras tanto su madre, doña Leonor, había iniciado
trámites para su rescate. Fingiéndose viuda, reunió dinero,
obtuvo préstamos y garantías, se puso bajo la advocación de dos frailes
y, en septiembre de 1579, entregó al Consejo de las
Cruzadas cuatrocientos setenta y cinco ducados. Hassán retuvo a
Cervantes hasta el último momento, mientras los frailes negociaban y
pedían
limosna para completar la cantidad. Por último, el 19 de septiembre de
1580, fue liberado, y tras un mes en el que para limpiar su nombre
pleiteó contra
Blanco de Paz, se embarcó para España el 24 de octubre.
Retorno a la patria
Cinco días más tarde, después de un lustro de cautiverio, Cervantes
llegó a Denia y volvió a Madrid. Tenía
treinta y tres años y había pasado los últimos diez entre la guerra y la
prisión; la situación de su familia, empobrecida
y endeudada con el Consejo de las Cruzadas, reflejaba en cierto modo la
profunda crisis general del imperio, que se agravaría luego de la
derrota
de la Armada Invencible en 1588. Al retornar, Cervantes renunció a la
carrera militar, se entusiasmó con las perspectivas de prosperidad
de los funcionarios de Indias, trató de obtener un puesto en América y
fracasó. Mientras tanto, fruto de sus relaciones clandestinas
con una joven casada, Ana de Villafranca (o Ana de Rojas), nació una
hija, Isabel, criada por su madre y por el que aparecía como su padre
putativo, Alonso Rodríguez.
A los treinta y siete años, Cervantes contrajo matrimonio; su novia,
Catalina de Salazar y Palacios, era de una familia de Esquivias, pueblo
campesino de La Mancha. Tenía sólo dieciocho años; no obstante, no
parece haber sido una unión signada por el amor. Meses antes,
el escritor había acabado su primera obra importante,
La Galatea, una novela pastoril al estilo puesto en boga por la
Arcadia de
Jacopo Sannazaro ochenta años atrás. El editor Blas de Robles le pagó 1.336 reales
por el manuscrito.
Miguel de Cervantes (grabado de Fernado Selma, siglo XVIII)
Esta cifra nada despreciable y la buena acogida y el relativo éxito
del libro animaron a Cervantes a dedicarse a escribir comedias, aunque
sabía
que mal podía competir él, todavía respetuoso de las normas clásicas,
con el nuevo modo de
Lope
de Vega, dueño
absoluto de la escena española. Las dos primeras (
La comedia de la confusión y
Tratado de Constantinopla y muerte de Selim,
escritas hacia 1585 y desaparecidas ambas) obtuvieron relativo éxito en
sus representaciones, pero Cervantes fue vencido por el vendaval
lopesco,
y a pesar de las veinte o treinta obras compuesta en esta etapa (de las
que sólo conocemos nueve títulos y dos textos,
Los tratos de
Argel y
Numancia), alrededor de 1600 había dejado de escribir comedias, actividad que retomaría al fin de sus días.
Entre 1585 y 1600 Cervantes fijó su residencia en Esquivias, pero
solía visitar Madrid solo; allí alternaba con los escritores
de su tiempo, leía sus obras y mantenía una permanente querella con Lope
de Vega. En 1587 ingresó en la Academia Imitatoria, primer
círculo literario madrileño, y ese mismo año fue designado comisario
real de abastos (recaudador de especies) para la Armada Invencible.
También este destino le fue adverso: en Écija se enfrentó con la Iglesia
por su excesivo celo recaudatorio y fue excomulgado; en Castro
del Río fue encarcelado (1592), acusado de vender parte del trigo
requisado. Al morir su madre en 1594, abandonó Andalucía y volvió a
Madrid.
Pero las penurias económicas siguieron acompañándole. Nombrado
recaudador de impuestos, quebró el banquero a quien había
entregado importantes sumas y Cervantes dio con sus huesos en prisión,
esta vez en la de Sevilla, donde permaneció cinco meses. En esta época
de extrema carencia comenzó probablemente la redacción del Quijote.
Entre 1604 y 1606, la familia de Cervantes, su esposa, sus hermanas
y su aguerrida hija natural, así como sus sobrinas, siguieron a la corte
a Valladolid, hasta que el rey Felipe III ordenó el retorno a Madrid.
El Quijote
En 1605, a principios de año, apareció en Madrid El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha.
Su autor era por entonces un
hombre enjuto, delgado, de cincuenta y ocho años, tolerante con su
turbulenta familia, poco hábil para ganar dinero, pusilánime en
tiempos de paz y decidido en los de guerra. La fama fue inmediata, pero
los efectos económicos apenas se hicieron notar. Cuando en junio de 1605
toda la familia Cervantes, con el escritor a la cabeza, fue a la cárcel
por unas horas a causa de un turbio asunto que sólo tangencialmente
les tocaba (la muerte de un caballero asistido por las mujeres de la
familia, ocurrida tras ser herido aquél a las puertas de la casa), don
Quijote
y Sancho ya pertenecían al acervo popular.
Don Quijote enloquece leyendo libros de caballerías (ilustración de Gustave Doré, 1863)
Su autor, mientras tanto, seguía pasando estrecheces. No le ofreció respiro ni siquiera la vida literaria: animado por el éxito
del
Quijote, ingresó en 1609 en la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento, a la que también pertenecían
Lope de Vega y
Francisco de Quevedo. Era ésta costumbre de la época, que ofrecía a Cervantes la oportunidad de obtener
algún protectorado.
En aquel mismo año se firmó el decreto de expulsión de los moriscos y
se acentuó el endurecimiento de la vida social española,
sometida al rigor inquisitorial. Cervantes saludó la expulsión con
alegría, mientras su hermana Magdalena ingresaba en una orden religiosa.
Fueron años de redacción de testamentos y contiendas sórdidas: Magdalena
había excluido del suyo a Isabel en favor de otra
sobrina, Constanza, y Cervantes renunció a su parte de la finca de su
hermano también en favor de aquélla, dejando fuera a su propia
hija, enzarzada en un pleito interminable con el propietario de la casa
en la que vivía y en el que Cervantes se había visto obligado a declarar
a favor de su hija.
A pesar de no conseguir siquiera (como tampoco lo logró
Góngora)
ser incluido en el séquito
de su mecenas el conde de Lemos, recién nombrado nuevo virrey de Nápoles
(el cual, sin embargo, le daba muestras concretas de su favor),
Cervantes escribió a
un ritmo imparable: las
Novelas ejemplares vieron la luz en 1613; el
Viaje al Parnaso, en verso, en 1614. Ese mismo año lo sorprendió la
aparición, en Tarragona, de una segunda parte espuria del
Quijote escrita por un tal Avellaneda, que se proclamó auténtica
continuación de las aventuras del hidalgo. Así, enfermo y urgido, y mientras preparaba la publicación de las
Ocho comedias y ocho
entremeses nuevos nunca representados (1615), acabó la segunda parte del
Quijote, que se imprimiría en el curso del mismo año.
A principios de 1616 estaba terminando una novela de aventuras en estilo bizantino: Los trabajos de Persiles y Sigismunda.
El 19 de abril recibió la
extremaunción y al día siguiente redactó la dedicatoria al conde de
Lemos, ofrenda que ha sido considerada como exquisita muestra
de su genio y conmovedora expresión autobiográfica: «Ayer me dieron la
extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es
breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo
la vida sobre el deseo que tengo de vivir...».
Agonía de Cervantes (óleo de Eduardo Cano de la Peña)
Unos meses antes de su muerte, Cervantes había tenido una recompensa
moral por sus penurias e infortunios económicos: uno de los censores,
el licenciado Márquez Torres, le envió una recomendación en la que
relataba una conversación mantenida en febrero de 1615 con
notables caballeros del séquito del embajador francés: «Preguntáronme
muy por menor su edad, su profesión, calidad y
cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y
pobre, a que uno respondió estas formales palabras: "Pues ¿a
tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario
público?". Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento
y con mucha agudeza: "Si necesidad le ha de obligar a escribir, plaga a
Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él
pobre, haga rico a todo el mundo"».
En efecto, ya circulaban traducciones al inglés y al francés desde 1612, y puede decirse que Cervantes supo que con el Quijote creaba
una forma literaria nueva. Supo también que introducía el género de la novela corta en castellano con sus Novelas ejemplares
y
sin duda adivinaba los ilimitados alcances de la pareja de personajes
que había concebido. Sus contemporáneos, si bien reconocieron la viveza
de su ingenio, no vislumbraron la profundidad del descubrimiento del Quijote,
fundación misma de la novela moderna. Así, entre el
22 y el 23 de abril de 1616, murió en su casa de Madrid, asistido por su
esposa y una de sus sobrinas; envuelto en su hábito franciscano
y con el rostro sin cubrir, fue enterrado en el convento de las
trinitarias descalzas, en la entonces llamada calle de Cantarranas. A
principios de 2015,
un grupo de investigadores que se había propuesto localizar su tumba
encontró un ataúd con las iniciales "M.C.",
pero el examen de su contenido reveló que no podía ser el del escritor.
En marzo del mismo año, los estudiosos concluyeron que sus
restos mortales se hallaban en un enterramiento en el subsuelo de la
cripta, mezclados tras un traslado con los de otras dieciséis personas.
Las fuentes del arte de Cervantes como novelista son complejas: por
un lado, don Quijote y Sancho son parodia de los caballeros andantes y
sus escuderos;
por otro, en ellos mismos se exalta la fidelidad al honor y a la lucha
por los débiles. En el Quijote confluyen, pues, realismo y
fantasía,
meditación y reflexión sobre la literatura: los personajes discuten
sobre su propia entidad de personajes mientras las fronteras entre
delirio
y razón y entre ficción y realidad se borran una y otra vez. Pero el
derrotero de Cervantes, que asistió tanto a las glorias imperiales
de Lepanto como a las derrotas de la Invencible ante las costas de
Inglaterra, sólo conoció los sinsabores de la pobreza y las zozobras
ante
el poder. Al revés que su personaje, no pudo escapar nunca de su destino
de hidalgo, soldado y pobre.